PACTO CON EL TIEMPO
Lola Benítez Molina
Málaga (España)
No quiero risas con escarcha ni lamentos de lo que podía haber sido. De nuevo, el invierno muestra su desnudez y el quebranto de las hojas marchitas.
La luz pierde la fuerza de lo visible y los tentáculos del dios Eros atrapan las guirnaldas que un día florecieron. Pisadas errantes de caminos infructuosos se ciernen sobre el horizonte y el aleteo de las mariposas se pierde en noches de desencanto. Solo espero la llegada de esa primavera que alumbre a los corazones atormentados para que formule un nuevo pacto de sueños reales, que conversen sin desdicha y sin ocaso. No habrá pérdida ni añoranza, solo la alegría de la entrega.
Será un pacto generoso, ajeno a intereses. “Como no tenemos nada más precioso que el tiempo, refiere Marcel Jouhandeau, no hay mayor generosidad que realizar un pacto con él”. Los besos enamorados permanecerán intactos y un viento favorable seducirá nuestros sentidos.
Cervantes, Renoir, Shakespeare, Séneca, Sorolla, Debussy, Tiziano y un largo etcétera sellaron ese pacto, aunque un profundo frío anidó en muchas ocasiones en su corazón y en su alma, respectivamente.
Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de cada individuo son armas cruciales para edificar con solidez los buenos augurios. La hipocresía y la mezquindad tienen su muerte asegurada. Edificar con firmeza no es tarea fácil, requiere de amplio bagaje y tesón. Filippo Juvara, Andrea Tirali, Fernando de Casas Novoa, Jean de Chelles… nos dieron buena muestra de ello al hacer posible que sus obras rocen, por un lado, lo sublime y, por otro lado, la eternidad.
El gran Leonardo Da Vinci nos dejaría esta cierta y perenne frase: “La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte”. Nuestra vida es exageradamente efímera. Apenas tenemos noción de nuestra existencia. ¿Y qué es el arte, sino la espiritualidad? ¿Y qué es la espiritualidad, sino la inmortalidad?
Dejemos que la vida nos seduzca para que esa inmortalidad del arte, a la que otros supieron llegar, nos embriague y nos conduzca por vericuetos radiantes de prosperidad. Pretender otra cosa es una falacia, un deseo de alcanzar la gloria en la necedad.